El mito de la “madrecita santa” hace referencia al culto y sacralización que gira entorno al ideal de la madre: sacrificada, sufrida, luchadora, amorosa, protectora, santa, divina, comprensiva, servicial, abnegada, cuya forma discursiva y comercial proscribe un determinado comportamiento en la relación entre madre e hijos e hijas, el cual pasa por alto las reconfiguraciones y diversidades que esta relación puede adquirir y la realidad del trato que la sociedad tiene hacia las mujeres y hacia la familia en general. Esto lleva a cuestionar ¿qué función tiene este mito? ¿Qué realidades y relaciones esconde?
La autora muestra cómo este mito ha estado vinculado a las manipulaciones de las propagandas políticas en contra de los movimientos feministas. Mientras las últimas alzan su voz en favor de la emancipación y los derechos de las mujeres, por la libre elección y evitar embarazos, al unísono de sus protestas se levantan campañas políticas y periodísticas que las atacan por sus propuestas “inmorales” respaldas por la exaltaci la maternidad tradicional: prolífica, sacrificada y heroica.
Santiago Ramírez considera que la carencia de la figura paterna es fundamental para explicar el origen de este mito, pues según él, en este proceso la madre se refugia en “la abnegación”. La realidad es que si bien los mitos suelen basarse en cuestiones verdaderas, también oculta aspectos negativos o contradictorios, tanto es así que si desvelamos el mito de “madre santa” encontramos madres agotadas, bravuconas, histéricas, ambivalentes, violentas, descuidadas, deprimidas, gritonas, etc. De igual manera, este mito esconde las motivaciones hedonistas, oportunistas, utilitaristas e interesadas de madres pasivas, insatisfechas, locas, crueles o simplemente desinteresadas por sus hijos.
Muchas mujeres perciben en ese deseo "natural" de ser madres la oportunidad de reafirmar la propia femineidad, de rejuvenecer, de unirse a un compañero o de retenerlo (como suele verse en las telenovelas, que curiosamente los personajes que buscan un embarazo con esta intención suele connotárseles características desquiciadas, maniacas), de llenar el hueco dejado por hijos mayores, de asegurarse una vejez acompañada.
La valoración social que reciben las mujeres al ser madres y el nivel de gratificación narcisista que las compensa, facilita la apropiación del mito por parte de ellas, impregnándolo de sacrificio y victimización. Esto es similar a lo que Martín Baró llama: “la familia como puerto”, es decir, el culto que se les crea a las madres por su capacidad de gestar, dar a luz, criar y atender a su familia -considerado esto por la mayoría de personas como la esencia de las mujeres- pero que a la vez, se vuelve es una trampa para ellas mismas al no permitirles cuestionar su rol ni el destino que la sociedad les ha creado.
Este mito no vela por aquellas mujeres que tienen miedo a la transformación de su cuerpo durante el embarazo, ni por aquellas que simplemente no desean ser madres – ¡uy! Contranatural – o por aquellas mujeres estériles quienes probablemente sienten que su condición se debe a un castigo divino y que no podrán realizarse plenamente como mujeres. Este mito nos hace pensar que “instinto materno” está en todas nosotras: “ser madres nos hace más bellas y nos dignifica”: si, una dignificación a cambio del olvido y el descuido de una misma en pro de cuido y bienestar de los demás.
Esto vislumbra que el entramado que sostiene el mito de la madre es LA FEMINEIDAD, no la femineidad que dictaminan los estereotipos o el sentido comercial de lo que es “ser femenina” sino EL PROCESO PSÍQUICO QUE LLEVA A LAS MUJERES A PERCIBIRSE, SENTIRSE Y VIVIR COMO TALES: La maternidad, un trabajo ligado a la afectividad (un trabajo de amor se suele decir), recibe a cambio dosis más o menos elevadas de gratificación psíquica y de poder en el campo interpersonal de la familia y la pareja.
Pero ¿cuáles son las realidades que oculta esta compensación social? Por un lado, las embarazadas no consiguen empleo, las parturientas son maltratadas en los hospitales y las madres no cuentan con opciones de cuidado para los hijos, lo que las limita laboral, política y socialmente, además de cargarlas con el desgaste físico y emocional que supone atender a los hijos y para rematar las repercusiones negativas que esto implica en su desarrollo personal.
La familia se convierte en el lugar de trabajo no reconocido de las mujeres, en su mayoría madres. El mito privilegia este espacio exclusivamente para ellas, aunque se declare que la familia tiene superioridad moral sobre cualquier otro ámbito público, es evidente que no se prioriza políticamente a la familia con medidas económicas o de servicios. La mistificación de la maternidad sirve para ocultar la poca importancia real que la sociedad otorga a este laborioso trabajo: como ser madre es algo "natural" tampoco se reconoce el alto costo personal que la maternidad supone para las mujeres.
Ahora bien, ¿Es posible que dentro de una sociedad, donde todos los elementos están interconectados, donde nada nace ni vive aislado, donde todos y todas construimos en conjunto y reinventamos continuamente nuestros imaginarios, que el rol de la mujer como madre abnegada, destinada amar y a sacrificarse eternamente por los “suyos” afecte exclusivamente a las mujeres?
Encontrar respuesta implica desde luego, conocer en primera instancia cómo el mito de la “madre santa” atenta contra las mujeres (como ya hemos venido mostrando) y como a partir de su modo operandi, carcome a quienes les rodean.
Este es un aspecto importantísimo, reconocer que el hecho que el mito afecta directamente a las mujeres también tiene repercusiones para quienes mantienen lazos estrechos con ellas ¿cómo así? Pues hay muchas madres que toman conductas posesivas y dominantes con sus hijos e hijas, pues el mismo mito las lleva a confundirse al pensar que los poseen porque los han gestado, los han alimentado de sus pechos y porque los han criado. Muchos de estos hijos ven las consecuencias en la sobreprotección de sus madres y en la asfixia que les generan por sus cuidos y controles excesivos.
Hay mucho por hablar y por reflexionar sobre esta temática, debemos repensar nuestras prácticas y axiomas cotidianos -si es que logramos desfamiliarizarnos de ellos-. Pero la gran tarea no sólo consiste en esto, persiste hasta volver a construirnos como individuos y como mujeres-madres en buscar alternativas de tener y criar hijos e hijas, para no permitir que este mito siga dando vida a este orden social tan machista y opresor de las mujeres.
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