Las olas migratorias desde El Salvador hacia diferentes países del mundo, en mayor número hacia Estados Unidos, han repercutido en innumerables fenómenos sociales a escala nacional e internacional. Sociedad y familia han sido testigos de las transformaciones en su seno a causa de la migración, el cual ha sido vinculado en interminables ocasiones a la desintegración familiar y al alto grado de violencia social –lo cual es cuestionable-.
No es el motivo de este ensayo enlistar las problemáticas o reconfiguraciones sociales generadas por la migración, más si pretendo tocar un aspecto que despierta mi interés y es resaltar la forma en la cual el “ideal de familia” afecta a los hijos e hijas de migrantes salvadoreños.
Mi interés en este tema, se debe a la sensibilidad que logró transmitirme el documento del PNUD: “Migraciones y transformación de la familia”, ya que palma elementos que pueden enriquecerse desde la perspectiva antropológica, pues la migración suele relacionarse más a problemas macro sociales y relegar sus consecuencias micro a un análisis que suele ser encasillado en “la desintegración familiar”.
En El Salvador la migración –y otros fenómenos históricos y sociales- ha reconfigurado la estructura de la familia salvadoreña, en el sentido que la convivencia entre madre, padre e hijos ha adquirido una dinámica distinta al orden social establecido. Ese orden establecido responde al ideal de familia en el sentido que le adhieren las sociedades modernas, el cual es transmitido desde las instituciones estatales. Como dice P. Bourdieu:
“El Estado establece el marco mediante el cual regula las prácticas sociales a través de disposiciones previamente constituidas por desde sus instancias {habitus}, las cuales inculcan formas de pensamiento comunes, esquemas sociales de percepción, evaluación y acción, de manera que el orden social nos parezca natural” (P. Bourdieu: meditaciones Pascalianas)
La escuela es indudablemente una de las instituciones más funcionales para la creación de estas disposiciones (o habitus) al orden social. En esta instancia los niños y niñas pasan casi los primeros dieciséis años de sus vidas (en los mejores de los casos, pues muchos reprueban en más de una ocasión) asimilando formas de ser, pensar y actuar. Aunque no pretendo afirmar con esto, que los niños sean seres pasivos y simples receptores de las prácticas y disciplinas sociales, pero si adquieren el conocimiento de los valores y normas socialmente admitidos.
En este contexto, crecen y se educan los hijos e hijas de padres y madres migrantes: dibujando y coloreando imágenes de la familiar nuclear, de la familia extensa, de cómo mamá cocina y hace su labor doméstica con una reluciente sonrisa y la imagen de papá llegando del trabajo sonriente casi corriendo para abrazar a su esposa y jugar con sus hijos. Esto es sólo una parte de la legitimación del ideal de familia ¿pero cómo afecta a los niños y niñas?
Realicé entrevistas a 4 hijas de migrantes salvadoreños (cuyo rango de edad está entre 23-30 años) y les pedí que me narraran cómo había sido su infancia, particularmente en la escuela con la ausencia física de sus padres. Ellas respondieron:
“Mis padres me dejaron a los 4 años, me quede con mi tía y mis dos hermanos mayores. Particularmente para mi fue difícil porque sentí la ausencia de mi mamá, ella era tan atenta conmigo y cuando se fue, mi tía pasaba más atenta de sus hijos que de nosotros, mis hermanos pasaban jugando con otros niños de su edad, la verdad a mi me costó desenvolverme en la escuela, era muy cohibida. Cuando crecí más, como a los diez años quizás, comencé a preguntarme que si mis papas hubieran estado conmigo quizás no me hubiera costado tanto hacer amistades” (entrevista 1)
“Yo al principio no sentí el cambio. Mi papá cuando se fue nos dijo que se iba para mandarnos juguetes, ropa más chiva y para que mi mami nos comprara pizza (que tanto nos gustaba pero que solo en ocasiones especiales podía comprarnos). A mi hermano le dijo: “ahora vos sos el hombre de la casa, tenés que cuidar a tu mami y a tus hermanas” mi mami pasaba triste pero cuando mi papi mandaba dinero ella nos llevaba a comprar lo que quisiéramos y siempre nos dijo: “su papi esta cumpliendo con los que les dijo, no los ha dejado, los ama mucho” y pues gracias a dios no sentimos rencor hacia él, aún hablamos por teléfono, tenemos muchos años de no verlo ya. Cuando en el colegio celebraban el día del padre yo no quería hacer nada porque ni se lo iba a poder dar, pero mi mami fue siempre tan linda que siempre nos decía: hagan la manualidad, le vamos a mandar la foto a tu papi.” (Entrevista 2)
“A mi me daba pena y tristeza que en las reuniones de padres de familia nunca estuvieran presentes. Mi abuela casi no iba porque iba al mercado, entonces yo me quedaba en la reunión y mi maestra siempre me sacaba y me decía que era reunión para padres, no para alumnos y a mi me daba cólera porque nadie podía ir y mis notas siempre me las daban días después para que mi abuela las firmara. Yo cuando hablaba con mi mamá lloraba y le decía: “mami ¿Cuándo vas a ir a mis reuniones?” ella se ponía triste y me explicaba que no podía porque estaba trabajando para que yo pudiera estudiar. Era tan cruel que conocí a la mayoría de las mamás y papás de mis compañeros y nunca nadie conoció a los míos, pero a veces miro a mis ex compañeros de colegio, mis ex compañeras ya se ven gordas y con 2 o 3 hijos ya y madres solteras y mis compañeros ya manteniendo hogar, quizás porque los papas los hostigaban mucho fue que tienen esa vida, a mi como nadie me molestó yo sabia que estaba bien y que estaba mal, aunque mi mami estuviera lejos yo escuchaba sus consejos, si sabia cuanto le costaba mandarme dinero y no solo le costaba a ella sino a mi también, extrañarla: ese precio pague yo” (Entrevista 3)
“Puya, yo siempre tuve la mejor ropa y zapatos de las niñas de la escuela, siempre andaba dinero y mis compañeras me envidiaban, recuerdo una mochila que mi papá había mandado a hacer con mi nombre, era rosadita y con una osita, bien bonita. En ese sentido siempre fui feliz porque me daban todo lo que quería pero mis compañeras nunca supieron que yo las envidiaba aún más por tener a sus papas esperándolas al final de clases. Ahí miraba que ellas les pedían churro, minutas o alguna cosita de las que venden en las escuelas y a veces los papas eran bien pobrecitos y les decían que no tenían pisto, y yo sólo me tocaba la bolsa de mi falda y me tocaba los billetes y monedas y decía puchica, mis papas por darme esto se fueron. Nunca supe qué era pedir dinero o algo a alguien físicamente aunque en ocasiones cuando me portaba mal mi tía le decía a mi mamá que no me mandara dinero y así me castigaban.. Algo más en lo que me fijaba, era que cuando iba a bachillerato: mire cuantas bichas salieron preñadas y ¡viviendo con su mamá y papá! Mi familia siempre felicita a mi mamá porque fui buena hija, estoy en la universidad tengo mi novio pero yo no sali con esas babosadas, no fui tonta” (Entrevista 4)
Como podemos darnos cuenta, la ausencia de uno o de los dos padres tuvo repercusiones psicológicas en sus hijas durante la escuela. Si bien lo material no les hizo falta, la carga emotiva que esto implicó fue drástica, se sintieron excluidas, afectó el desarrollo personal (primera entrevista), les costó expresar lo que sentían en el momento, se lo guardaban para sí mismas, pasaban más atentas en observar la vida de sus compañeros y compañeras de escuela para comparar sus diferencias de vida antes que ver que había de bueno en sí mismas o aceptar que su familia tenía una dinámica completamente diferentes y en base a eso construir su propia vida, pues como se puede ver, 2 de ellas reconocían que actualmente son estudiantes, "niñas de bien", sin hijos lo que demuestra que no es necesario el cuido y sobreprotección de las mujeres de parte de la madre o del padre para que éstas tengan la capacidad de tomar decisiones provechosas para sus vidas.
Esta temática en general es demasiado basta para abordarla en un trabajo tan breve como éste, a menos que me limite al nivel más elevado de generalidad por lo que me gustaría marcar algunos factores que deben tomarse en cuenta para quien tenga el interes de profundizar en su estudio:
Primero considero que parte de los emociones y acciones reveladas en estas breves entrevista dan cuenta de cómo está funcionando el imaginario de la familia ideal desde las escuelas aunque también creo que se debería subrayar que esta carga emotiva se debe en parte a la indiferencia de las personas alrededor de los niños y niñas que viven en carne propia el fenómeno migratorio ya que no muestran tolerancia (como la maestra) a esta nueva dinámica familiar, la escuela es una de las instancias más crueles para este tipo de situaciones.
Considero que para evitar que las consecuencias dejen de ser tan despiadadas con los hijos de migrantes, la escuela debería hacer énfasis en el dinamismo que puede adquirir la estructura familiar, lo cual se refleja en la multiplicidad de formas que ésta puede adquirir.
La educación en el país debería de ser menos retrógrada y más alternativa al enseñar y recalcar que la “familia ideal” no es un grupo natural sino una construcción social, una construcción ideológica con implicaciones morales y culturales, por ende, capaz de adquirir un dinamismo al interior de nuestra sociedad y en las diferentes sociedades del mundo y debería señalar las posibles causas de tal dinamismo (como la migración, la guerra, etc.). Esto desde luego, no sólo beneficiaría la madurez emocional de los niños y niñas sino también su creatividad y desarrollo mental, que se supone: es la finalidad de la educación.
Otro aspecto intrínseco a esta temática es la reformulación de los roles de género, posiblemente con una educación diferente, la violencia y el destino exclusivo del hogar para las mujeres dejaría de ser tan axiomático en nuestra sociedad, al darnos a las mujeres igualdad de oportunidades de desarrollo que la que reciben los hombres.
domingo, 17 de junio de 2012
sábado, 16 de junio de 2012
"Madre santa" De Marta Lamas
El mito de la “madrecita santa” hace referencia al culto y sacralización que gira entorno al ideal de la madre: sacrificada, sufrida, luchadora, amorosa, protectora, santa, divina, comprensiva, servicial, abnegada, cuya forma discursiva y comercial proscribe un determinado comportamiento en la relación entre madre e hijos e hijas, el cual pasa por alto las reconfiguraciones y diversidades que esta relación puede adquirir y la realidad del trato que la sociedad tiene hacia las mujeres y hacia la familia en general. Esto lleva a cuestionar ¿qué función tiene este mito? ¿Qué realidades y relaciones esconde?
La autora muestra cómo este mito ha estado vinculado a las manipulaciones de las propagandas políticas en contra de los movimientos feministas. Mientras las últimas alzan su voz en favor de la emancipación y los derechos de las mujeres, por la libre elección y evitar embarazos, al unísono de sus protestas se levantan campañas políticas y periodísticas que las atacan por sus propuestas “inmorales” respaldas por la exaltaci la maternidad tradicional: prolífica, sacrificada y heroica.
Santiago Ramírez considera que la carencia de la figura paterna es fundamental para explicar el origen de este mito, pues según él, en este proceso la madre se refugia en “la abnegación”. La realidad es que si bien los mitos suelen basarse en cuestiones verdaderas, también oculta aspectos negativos o contradictorios, tanto es así que si desvelamos el mito de “madre santa” encontramos madres agotadas, bravuconas, histéricas, ambivalentes, violentas, descuidadas, deprimidas, gritonas, etc. De igual manera, este mito esconde las motivaciones hedonistas, oportunistas, utilitaristas e interesadas de madres pasivas, insatisfechas, locas, crueles o simplemente desinteresadas por sus hijos.
Muchas mujeres perciben en ese deseo "natural" de ser madres la oportunidad de reafirmar la propia femineidad, de rejuvenecer, de unirse a un compañero o de retenerlo (como suele verse en las telenovelas, que curiosamente los personajes que buscan un embarazo con esta intención suele connotárseles características desquiciadas, maniacas), de llenar el hueco dejado por hijos mayores, de asegurarse una vejez acompañada.
La valoración social que reciben las mujeres al ser madres y el nivel de gratificación narcisista que las compensa, facilita la apropiación del mito por parte de ellas, impregnándolo de sacrificio y victimización. Esto es similar a lo que Martín Baró llama: “la familia como puerto”, es decir, el culto que se les crea a las madres por su capacidad de gestar, dar a luz, criar y atender a su familia -considerado esto por la mayoría de personas como la esencia de las mujeres- pero que a la vez, se vuelve es una trampa para ellas mismas al no permitirles cuestionar su rol ni el destino que la sociedad les ha creado.
Este mito no vela por aquellas mujeres que tienen miedo a la transformación de su cuerpo durante el embarazo, ni por aquellas que simplemente no desean ser madres – ¡uy! Contranatural – o por aquellas mujeres estériles quienes probablemente sienten que su condición se debe a un castigo divino y que no podrán realizarse plenamente como mujeres. Este mito nos hace pensar que “instinto materno” está en todas nosotras: “ser madres nos hace más bellas y nos dignifica”: si, una dignificación a cambio del olvido y el descuido de una misma en pro de cuido y bienestar de los demás.
Esto vislumbra que el entramado que sostiene el mito de la madre es LA FEMINEIDAD, no la femineidad que dictaminan los estereotipos o el sentido comercial de lo que es “ser femenina” sino EL PROCESO PSÍQUICO QUE LLEVA A LAS MUJERES A PERCIBIRSE, SENTIRSE Y VIVIR COMO TALES: La maternidad, un trabajo ligado a la afectividad (un trabajo de amor se suele decir), recibe a cambio dosis más o menos elevadas de gratificación psíquica y de poder en el campo interpersonal de la familia y la pareja.
Pero ¿cuáles son las realidades que oculta esta compensación social? Por un lado, las embarazadas no consiguen empleo, las parturientas son maltratadas en los hospitales y las madres no cuentan con opciones de cuidado para los hijos, lo que las limita laboral, política y socialmente, además de cargarlas con el desgaste físico y emocional que supone atender a los hijos y para rematar las repercusiones negativas que esto implica en su desarrollo personal.
La familia se convierte en el lugar de trabajo no reconocido de las mujeres, en su mayoría madres. El mito privilegia este espacio exclusivamente para ellas, aunque se declare que la familia tiene superioridad moral sobre cualquier otro ámbito público, es evidente que no se prioriza políticamente a la familia con medidas económicas o de servicios. La mistificación de la maternidad sirve para ocultar la poca importancia real que la sociedad otorga a este laborioso trabajo: como ser madre es algo "natural" tampoco se reconoce el alto costo personal que la maternidad supone para las mujeres.
Ahora bien, ¿Es posible que dentro de una sociedad, donde todos los elementos están interconectados, donde nada nace ni vive aislado, donde todos y todas construimos en conjunto y reinventamos continuamente nuestros imaginarios, que el rol de la mujer como madre abnegada, destinada amar y a sacrificarse eternamente por los “suyos” afecte exclusivamente a las mujeres?
Encontrar respuesta implica desde luego, conocer en primera instancia cómo el mito de la “madre santa” atenta contra las mujeres (como ya hemos venido mostrando) y como a partir de su modo operandi, carcome a quienes les rodean.
Este es un aspecto importantísimo, reconocer que el hecho que el mito afecta directamente a las mujeres también tiene repercusiones para quienes mantienen lazos estrechos con ellas ¿cómo así? Pues hay muchas madres que toman conductas posesivas y dominantes con sus hijos e hijas, pues el mismo mito las lleva a confundirse al pensar que los poseen porque los han gestado, los han alimentado de sus pechos y porque los han criado. Muchos de estos hijos ven las consecuencias en la sobreprotección de sus madres y en la asfixia que les generan por sus cuidos y controles excesivos.
Hay mucho por hablar y por reflexionar sobre esta temática, debemos repensar nuestras prácticas y axiomas cotidianos -si es que logramos desfamiliarizarnos de ellos-. Pero la gran tarea no sólo consiste en esto, persiste hasta volver a construirnos como individuos y como mujeres-madres en buscar alternativas de tener y criar hijos e hijas, para no permitir que este mito siga dando vida a este orden social tan machista y opresor de las mujeres.
La autora muestra cómo este mito ha estado vinculado a las manipulaciones de las propagandas políticas en contra de los movimientos feministas. Mientras las últimas alzan su voz en favor de la emancipación y los derechos de las mujeres, por la libre elección y evitar embarazos, al unísono de sus protestas se levantan campañas políticas y periodísticas que las atacan por sus propuestas “inmorales” respaldas por la exaltaci la maternidad tradicional: prolífica, sacrificada y heroica.
Santiago Ramírez considera que la carencia de la figura paterna es fundamental para explicar el origen de este mito, pues según él, en este proceso la madre se refugia en “la abnegación”. La realidad es que si bien los mitos suelen basarse en cuestiones verdaderas, también oculta aspectos negativos o contradictorios, tanto es así que si desvelamos el mito de “madre santa” encontramos madres agotadas, bravuconas, histéricas, ambivalentes, violentas, descuidadas, deprimidas, gritonas, etc. De igual manera, este mito esconde las motivaciones hedonistas, oportunistas, utilitaristas e interesadas de madres pasivas, insatisfechas, locas, crueles o simplemente desinteresadas por sus hijos.
Muchas mujeres perciben en ese deseo "natural" de ser madres la oportunidad de reafirmar la propia femineidad, de rejuvenecer, de unirse a un compañero o de retenerlo (como suele verse en las telenovelas, que curiosamente los personajes que buscan un embarazo con esta intención suele connotárseles características desquiciadas, maniacas), de llenar el hueco dejado por hijos mayores, de asegurarse una vejez acompañada.
La valoración social que reciben las mujeres al ser madres y el nivel de gratificación narcisista que las compensa, facilita la apropiación del mito por parte de ellas, impregnándolo de sacrificio y victimización. Esto es similar a lo que Martín Baró llama: “la familia como puerto”, es decir, el culto que se les crea a las madres por su capacidad de gestar, dar a luz, criar y atender a su familia -considerado esto por la mayoría de personas como la esencia de las mujeres- pero que a la vez, se vuelve es una trampa para ellas mismas al no permitirles cuestionar su rol ni el destino que la sociedad les ha creado.
Este mito no vela por aquellas mujeres que tienen miedo a la transformación de su cuerpo durante el embarazo, ni por aquellas que simplemente no desean ser madres – ¡uy! Contranatural – o por aquellas mujeres estériles quienes probablemente sienten que su condición se debe a un castigo divino y que no podrán realizarse plenamente como mujeres. Este mito nos hace pensar que “instinto materno” está en todas nosotras: “ser madres nos hace más bellas y nos dignifica”: si, una dignificación a cambio del olvido y el descuido de una misma en pro de cuido y bienestar de los demás.
Esto vislumbra que el entramado que sostiene el mito de la madre es LA FEMINEIDAD, no la femineidad que dictaminan los estereotipos o el sentido comercial de lo que es “ser femenina” sino EL PROCESO PSÍQUICO QUE LLEVA A LAS MUJERES A PERCIBIRSE, SENTIRSE Y VIVIR COMO TALES: La maternidad, un trabajo ligado a la afectividad (un trabajo de amor se suele decir), recibe a cambio dosis más o menos elevadas de gratificación psíquica y de poder en el campo interpersonal de la familia y la pareja.
Pero ¿cuáles son las realidades que oculta esta compensación social? Por un lado, las embarazadas no consiguen empleo, las parturientas son maltratadas en los hospitales y las madres no cuentan con opciones de cuidado para los hijos, lo que las limita laboral, política y socialmente, además de cargarlas con el desgaste físico y emocional que supone atender a los hijos y para rematar las repercusiones negativas que esto implica en su desarrollo personal.
La familia se convierte en el lugar de trabajo no reconocido de las mujeres, en su mayoría madres. El mito privilegia este espacio exclusivamente para ellas, aunque se declare que la familia tiene superioridad moral sobre cualquier otro ámbito público, es evidente que no se prioriza políticamente a la familia con medidas económicas o de servicios. La mistificación de la maternidad sirve para ocultar la poca importancia real que la sociedad otorga a este laborioso trabajo: como ser madre es algo "natural" tampoco se reconoce el alto costo personal que la maternidad supone para las mujeres.
Ahora bien, ¿Es posible que dentro de una sociedad, donde todos los elementos están interconectados, donde nada nace ni vive aislado, donde todos y todas construimos en conjunto y reinventamos continuamente nuestros imaginarios, que el rol de la mujer como madre abnegada, destinada amar y a sacrificarse eternamente por los “suyos” afecte exclusivamente a las mujeres?
Encontrar respuesta implica desde luego, conocer en primera instancia cómo el mito de la “madre santa” atenta contra las mujeres (como ya hemos venido mostrando) y como a partir de su modo operandi, carcome a quienes les rodean.
Este es un aspecto importantísimo, reconocer que el hecho que el mito afecta directamente a las mujeres también tiene repercusiones para quienes mantienen lazos estrechos con ellas ¿cómo así? Pues hay muchas madres que toman conductas posesivas y dominantes con sus hijos e hijas, pues el mismo mito las lleva a confundirse al pensar que los poseen porque los han gestado, los han alimentado de sus pechos y porque los han criado. Muchos de estos hijos ven las consecuencias en la sobreprotección de sus madres y en la asfixia que les generan por sus cuidos y controles excesivos.
Hay mucho por hablar y por reflexionar sobre esta temática, debemos repensar nuestras prácticas y axiomas cotidianos -si es que logramos desfamiliarizarnos de ellos-. Pero la gran tarea no sólo consiste en esto, persiste hasta volver a construirnos como individuos y como mujeres-madres en buscar alternativas de tener y criar hijos e hijas, para no permitir que este mito siga dando vida a este orden social tan machista y opresor de las mujeres.
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